Hay muchos ámbitos e industrias donde las mujeres todavía son miradas como extrañas. Sin embargo, hace algunos días EMOL publicó tres historias donde estos paradigmas se rompen, no solo desde el punto de vista de la inserción laboral, sino también desde su condición socioeconómica. El Observatorio de Igualdad de Género de la CEPAL asegura que, en 2015, en Chile había cerca de 9 millones de mujeres y 79,5% de ellas eran consideradas económicamente activas. No obstante, siguen enfrentándose, aún hoy en pleno siglo XXI, con dificultades en relación a la igualdad con sus pares varones y muchas de ellas viven en pobreza. Según CASEN 2015, el 12,1% de las mujeres en Chile vive en pobreza por ingresos, mientras que 20,4% se encuentra en situación de pobreza multidimensional. Se trata de poco más de la quinta parte de todas las mujeres del país. Paola Lazo es chilena. Nació en La Bandera, cerca del paradero 27. Cuenta que cuando estaba más joven estudiaba química, pero quedó embarazada, se casó, y el cuidado de la familia la hizo abandonar sus estudios. Tiempo después se separó y fue a buscar trabajo nada más y nada menos que en construcción. “Empecé en el aseo, pero tuve curiosidad y me quise superar. Mis propios compañeros y mis jefes me iban enseñando tareas relacionadas a la obra y luego tomé algunos cursos que imparte la compañía”, recuerda. Paola dice que, al incorporarse de lleno a las labores de la obra, empezó a darse cuenta de que hay gente que piensa que la construcción es un trabajo muy pesado para mujeres, cuando eso no es verdad. “Me pasaba que, cuando algunos compañeros me veían llevando una carretilla, me ofrecían ayuda porque creían que era mucho para mí. Me preguntaban por qué estaba haciendo eso si yo era mujer, pero yo les decía que no había nada de malo”, añade Paola. Blanca Pérez creció en Valera, Venezuela, junto a su madre, su padrastro y sus dos hermanos menores. Cuando llegó el momento de decidir lo que quería estudiar eligió computación. “Cuando dije que estudiaría computación todos me dijeron que mejor estudiara otra cosa, porque computación era muy difícil”, comenta. Blanca se mudó a Caracas y empezó su carrera, donde contaba, en su mayoría, con compañeros varones. Cuenta que de su grupo de 10 amigos que tenía en la universidad, solo 2 mujeres se graduaron: Ella y una chica más. “Tomaba materias que eran muy difíciles y los profesores quedaban impresionados de que hubiera mujeres en esos cursos. Una vez un profesor me dijo que en 4 años que llevaba dando una materia, era la primera vez que tenía una estudiante mujer”, recuerda Blanca. Emilia Feliú nació y estudió en Santiago y, luego de vivir un tiempo en Madrid, regresó a Chile. En el año 1994 quedó embarazada de su primer y único hijo; eso la llevó a desempeñarse como corredora de propiedades pues, como no contaba con el apoyo del padre de su bebé, necesitaba una entrada de dinero para sostener a su familia.
“Ha sido difícil. En el último tiempo pasé una mala racha con el tema de las propiedades y estuve a punto de vender mi vehículo, pero mi hijo me hizo pensarlo dos veces. Me ayudó a inscribirme en Cabify y así terminé siendo conductora de transporte de pasajeros”, cuenta Emilia. Según Emilia, en un principio tuvo miedo porque era un rubro en el que no suele haber mujeres, pero luego superó ese miedo . “A la gente le llama la atención cuando me ve llegar. Me dicen ´uy, es la primera vez que me toca una mujer´, y les parece muy agradable. Encuentran que las mujeres somos más precavidas y cuidadosas”, indica.
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Julio 2018
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